jueves, 3 de junio de 2010

Aquellas razas infantiles


Cuando yo era pequeño, no había chinos, si acaso algún turista japonés por el centro al que llamabas chino. Y cuando veías a un negro, irremediablemente le decías a tu madre “mira, mamá, un negro”, porque tampoco había. Y eso que en este aspecto yo fui un niño privilegiado, porque en mi barrio vivía el gran José Legrá. Por eso, hasta que empecé a ver a más negros, me creía que iban todos riéndose por la calle y vacilando a la gente.

En el cole, cuando hablaban de negros los llamaban negritos, para que los viéramos más ricos, debía de ser. Igual era un negrito de dos metros y 150 kilos, pero no importaba. Era un negrito.

Los baltasares de las cabalgatas o los que servían de paisaje a la clásica foto navideña de los niños con los Reyes Magos siempre eran blancos con la cara pintada, como aún ocurre en la cabalgata que organiza el Ayuntamiento de Madrid. Y si algún niño tenía la coña de encontrar un Baltasar de verdad, o sea, negro, y se hacía la foto con él, aquello quedaba tan exótico como posar con un guacamayo.

Lo que sí había era moros, y se les llamaba así: moros. Vamos, es que no había otro nombre. Si eran simpáticos, moritos. Los que había eran de Marruecos y los recuerdo siempre cargados con alfombras que vendían al primero que se las comprara en plena calle. Lo normal era vacilarles en el proceso de compra, que para eso eran moros. Los moros tenían fama de honrados y de trabajar a destajo, por un lado; y de violentos y pendencieros, por otro.

También teníamos por aquí argentinos, por ejemplo, y en general algunos latinomericanos: peruanos, venezolanos, chilenos, mexicanos… Solían ser gente sin problemas de dinero: médicos, pilotos, diplomáticos… Ecuador no sabíamos lo que era, salvo si te habías aplicado con las Cartillas Rubio, pues una de sus frases era: “La capital de Ecuador es Quito”.

Los portugueses no nos parecían ni extranjeros, sino los de al lado, que a casi nadie interesaban y que afeaban el mapa patrio peninsular. Los españoles no éramos antiportugueses, éramos simplemente aportugueses, aunque con un sentimiento de superioridad manifiesto sobre ellos. Como con los moros.

Otra raza aparte, porque no venía de ningún sitio, estaba aquí, eran los gitanos. Por supuesto, eran todos malos, salvo los que se dedicaban al flamenco o a la copla, que se les perdonaba.

Entonces la gente que venía de fuera nos molaba, sobre todo los americanos, muy presentes debido a las bases militares, o los europeos pudientes, por supuesto occidentales: franceses, alemanes, suecos, italianos…

En aquel tiempo, la palabra Racismo sonaba a aberración, y ser racista a cacique que maltrataba esclavos en una plantación de algodón de Estados Unidos… Y casi todo el mundo era racista aunque la mayoría ni lo sabía, entre otras cosas porque nos habían enseñado a serlo y aquello nos parecía lo correcto.

La palabra Xenofobia directamente nadie sabía lo que era. Es más, posiblemente sonara a enfermedad terminal del pancreas o algo de eso. Los españoles no odiábamos ni temíamos a los extranjeros; al contrario, les acogiamos encantados porque nos hacían gracia y, además, se dejaban aquí su dinero.

Entonces los que emigrábamos éramos nosotros y hasta nos parecía normal que fuera nos trataran a patadas, por estar en otro país, que nunca sería el nuestro.

El gran José Legrá, un negrito que calzaba unas hostias como panes.

2 comentarios:

  1. Me acabo de hacer tu seguidora, y me ha encantado lo que has escrito. Totalmente identificada contigo. Un beso y adelante...A ver si yo tambien empiezo a escribir cosas...

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  2. Cuanta razón tienes, nunca me había puesto a pensar en "nuestras razas" y colores de aquella época...indudablemente nuestro mapa ha aumentado mucho, por suerte.
    Gracias por tu entrada, la comparto del todo.
    Saludos.

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